POR ROXA ORTIZ. Vocal de la Comisión de cultura y mecenazgo de la Fundación Zaballos y periodista.

 

España, 44 años de Constitución

Érase una vez un imperio donde nunca se ponía el sol y que fue borrado del mapa en 1898. Después llegó un siglo de decadencia y caída en la autodestrucción, una guerra civil, un régimen restrictivo con las libertades y una transición de vuelta a la democracia. La Constitución de 1978 impulsó un anhelado cambio en la sociedad, en la política y, sobre todo, nos trajo la reconciliación. No obstante, 44 años después, la intolerancia, las desavenencias y la polarización vuelven a evidenciar nuestra incapacidad de manifestar el país que queremos. Una España mejor, sin olvidarnos que una constitución es un gran pacto que vertebra un país y que no hay viento a favor para quien no tiene rumbo.

A la vista de los últimos sucesos, con la supresión del delito de sedición es obligatorio plantearse si la Constitución española está en peligro. Lo cierto es que gobernar consiste en aplicar la Constitución, también que la rebelión y la sedición son delitos que van contra la carta magna y violan el Estado de Derecho. El Tribunal Supremo disminuyó un grado el delito principal de los golpistas, dejó de ser rebelión para ser sedición. Finalmente, Pedro Sánchez lo ha cambiado por uno de desórdenes públicos agravados. Tampoco nos sorprende que el portavoz de ERC haya reconocido que han apoyado los Presupuestos Generales del Estado de 2023, a cambio de derogar la sedición.

Las constituciones son fruto del diálogo y el pacto. Sin embargo, desde la declaración unilateral de independencia en 2017, poco se ha hecho desde el Gobierno del Estado. Solo se ha utilizado la legalidad como instrumento de superación del conflicto, dejando en un segundo plano la vía del diálogo y la reconciliación. Pero ¿por qué hemos tardado tanto en hacer lo correcto? ¡Si estaba claro! Y, aun así, poco sabemos de la mesa de diálogo sobre Cataluña, por lo que nos resulta difícil averiguar las verdaderas intenciones, aunque si conocemos la pericia retórica de Sánchez para enmascarar la verdad. Y llegados a este punto nos preguntamos ¿el diálogo en política solo debería realizarse en torno al bien común?

Los golpes de efecto pueden cambiar cualquier dinámica, lo sabe muy bien el presidente de Gobierno. Y es que Sánchez tiene su propia versión de lo que es “concordia” y “reconciliación”, aunque siempre queda bien apoyarse en valores constitucionales para justificar los indultos y la sedición. La modificación del Código Penal para eliminar la sedición es un hecho, el Gobierno ya puede recobrar la compostura y seguir en La Moncloa. Tampoco importa que los líderes del “procés” presuman de que lo volverán a hacer. El nuevo delito de desórdenes públicos agravados comporta una reducción de las penas, pero no para los líderes que huyeron como el expresident Carles Puigdemont.

Por otro lado, la constitución regula también los principios más básicos de convivencia y proporciona un marco de estabilidad jurídico-política. La Constitución española de 1978 es la segunda más duradera de nuestra historia y ha sido reformada en dos veces (1992 y 2011). De las siete cartas magnas anteriores (1812, 1834, 1837, 1845, 1869, 1876, 1931), las más longevas fueron las conservadoras. La de Restauración (1876) duró 47 años, mientras que la más breve e irregular fue la primera, la de Cádiz o también llamada la Pepa, de 1812. Estuvo vigente seis años en tres periodos diferentes, de 1812 a 1814, de 1820 a 1823 y desde 1836 a 1837. Después le siguió la de 1837, hasta su derogación por la Constitución de 1845.

Todos los Estados han tenido crisis constitucionales. En este sentido, la Constitución de 1978 abre la opción de reforma o actualización de todo su contenido. No hay límites implícitos, ni cláusulas pétreas, a diferencia de la alemana o italiana, siempre que no afecte a consensos fundamentales. En estos términos, conviene tener presente que, en nuestra historia, ante los problemas y crisis constitucionales, no se procedió a la reforma como el resto de los Estados europeos. A veces se retrocede, no siempre se progresa, y en la difícil búsqueda de un equilibrio consensuado se optó por la revolución o el golpe de estado. No es por supuesto una situación nueva y sin precedentes en España.

Una última cuestión, aunque no la menos importante. En los inicios que estamos de un frenético e intenso año electoral tampoco son previsibles las mayorías absolutas. Por consiguiente, el diálogo se convierte en una herramienta fundamental para llegar a acuerdos que garanticen formar gobierno en las próximas elecciones, autonómicas y generales. El gran desafío es recuperar el espíritu de reconciliación, concordia y consenso de nuestra Constitución. Tratar de afrontarlo con menos ideología, más ideas y sentido común, para resolver los problemas reales de la ciudadanía. En cualquier caso, no está de más recordar que también hemos conseguido grandes logros como país durante los últimos 44 años.